Da pena, inmensa pena, enterarse de esta profanación que se pretende, no por extraños enemigos de la Iglesia Católica sino por miembros de ella misma, de su propia jerarquía, y con el dinero donado, hasta con gran abnegación, por el propio pueblo de Dios. Está escrito: un templo es Casa de Dios, una Casa de Santidad; y como tal debe promover la paz, la espiritualidad, la devoción y la oración; no es un museo de arte moderno más, y menos de obras esperpénticas. Todo en él debe invitar a la religiosidad y a la santidad. Todo aquel que ingrese a él debe salir renovado, arrepentido y mejorado en su vida, a partir de esa visita. Anatema, sí, anatema, para los perversos profanadores que quieren destinar los cuantiosos donativos recaudados, a unos fines totalmente distintos de las intenciones de los fieles donantes.
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Da pena, inmensa pena, enterarse de esta profanación que se pretende, no por extraños enemigos de la Iglesia Católica sino por miembros de ella misma, de su propia jerarquía, y con el dinero donado, hasta con gran abnegación, por el propio pueblo de Dios. Está escrito: un templo es Casa de Dios, una Casa de Santidad; y como tal debe promover la paz, la espiritualidad, la devoción y la oración; no es un museo de arte moderno más, y menos de obras esperpénticas. Todo en él debe invitar a la religiosidad y a la santidad. Todo aquel que ingrese a él debe salir renovado, arrepentido y mejorado en su vida, a partir de esa visita. Anatema, sí, anatema, para los perversos profanadores que quieren destinar los cuantiosos donativos recaudados, a unos fines totalmente distintos de las intenciones de los fieles donantes.
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